El pasado fin de semana el País Semanal presentaba un
reportaje titulado Energía
femenina. Mostraba a nueve mujeres que ocupan en la actualidad cargos
de alta dirección en empresas tecnológicas en España. Todas son ejecutivas de
grandes corporaciones con expedientes brillantes. Mujeres que han luchado, estudiado y trabajado
mucho para llegar donde están. Son
también mujeres atractivas y elegantes. El reportaje ensalza a estas mujeres
independientes que han sabido entrar en un mundo que pertenece a los hombres.
Son unas pioneras, unas conquistadoras de un terreno que hace apenas unos años no
les hubiera dejado entrar.
A todas estas mujeres se las admira porque han sabido
comportarse como los hombres. Han sabido sacrificar su vida personal por una
vida laboral “plena” dentro de una esfera perteneciente a ellos adoptando un
rol y un comportamiento propio del otro sexo. Se han construido otra identidad para
llegar hasta donde están ahora. Parecería que solo formando parte del grupo de los
hombres se puede llegar hasta un puesto de alta dirección.
Se me plantean varias cuestiones: ¿Cuántas horas trabajarán
a la semana, tendrán tiempo para ir al cine, llevarán a sus hijos al colegio,
compartirán las tareas domésticas, cuidarán de sus madres? Pero la que más me inquieta,
y la que involucra en el fondo a todas las anteriores es si este es el modelo
de sociedad igualitaria a la que aspiramos.
Un modelo donde la competencia, el sacrificio, la ambición y
una entrega plena al trabajo son valorados por encima de cualquier otro valor.
Un modelo donde el único camino para lograr la igualdad es comportarse como un
hombre.
La igualdad en el ámbito laboral, aunque la legislación no
la impida, es complicada de alcanzar si en el ámbito privado no se consigue. Si
una mujer tiene que hacerse cargo de la mayor parte de las cargas familiares y
de las tareas que implica llevar una casa, sin ayuda, es muy difícil que esta
mujer pueda trabajar en la economía productiva más de media jornada. Sin embargo, el camino para tratar de lograr
una sociedad más igualitaria, consistiría en un reparto equitativo de las
tareas de cuidados y reproductivos, ya sea entre la familia o contando con la
ayuda de un Estado fuerte que apueste por unos servicios públicos y de calidad
que garanticen la conciliación.
La economía feminista trata de explicar cómo habría que
replantear la sociedad occidental para que los cuidados y la economía reproductiva
estén bien repartidos y estén cubiertas todas las necesidades. Es realmente
donde está la diferencia entre vivir y sobrevivir. Si esto se consigue en la
esfera privada, la igualdad en la esfera pública vendrá después.
Este es el único camino para lograr una igualdad real donde
las mujeres no tengan que renunciar a sus identidades para trabajar donde
quieran. Donde las tareas de cuidados y las necesidades familiares pasen a ser
de interés general y donde la economía y la vida sean más justas, más
democráticas y más humanas.