Interesante artículo publicado en la web A las barricadas:
El conocido título de Betty Friedan hace
referencia a la imagen de lo “esencialmente femenino”, que tanto se
menciona en las revistas para mujeres, la publicidad y los libros de
autoayuda. Se trata de una horma moral, fabricada tras la Segunda Guerra
Mundial y que pretende que todas las mujeres asuman como propia. Y que
por cierto, tiene consecuencias muy negativas en la salud de las
mujeres, como la propia Betty señala.
Es este un intento de
devolver a las mujeres al hogar, exaltando sus cualidades como madres y
amas de casa, que surge en un contexto determinado, después de haberlas
animado con campañas publicitarias sobre la “nueva mujer” a cubrir los
puestos de trabajo de los hombres que marcharon al a guerra. Esta
mística ha calado hondo y ha limitado nuestra forma de percibir las
relaciones de género, llevando incluso a ajustar las investigaciones a
esa idea. Por ejemplo, Desmond Morris, en su obra “El mono desnudo”,
publicado en la década de los 70, más que investigar, intenta encontrar
las pruebas biológicas que ajusten en su modelo mental: familia nuclear,
hombre cazador y mujer en la cueva con los retoños. Y desde luego,
consigue “ajustarla” a esa idea, que en realidad viene a ser la
consabida excusa del modelo que describe un hogar como aquel donde el
hombre trabaja para conseguir el sustento y la mujer se queda
“protegida” en casa y cuidando de los niños y el hogar.
Más tarde múltiples investigaciones han
dejado claro que este modelo es falso y que la familia nuclear
procede de la Europa decimonónica. No sólo existen tribus donde las
mujeres también cazan, sino que las labores adjudicadas a hombres y
mujeres varían enormemente de una sociedad a otra, siendo el significado
cultural de “ser mujer” también variable. Por no mencionar que la
recolección realizada en muchas tribus por mujeres también ha resultado
ser esencial para la economía del grupo. El problema en realidad es que
es un modelo creado por la burguesía, donde el marido consigue dinero
para mantener a la familia y la mujer no sólo no trabaja, sino que
tampoco debe ser ama de casa porque tiene sirvientes en el hogar. El
modelo se convierte en inalcanzable para la clase obrera, ya que el
sueldo que recibía el trabajador no era suficiente para mantener una
familia. Pero la clave aquí está en que creyeron que debían aspirar a
ese modelo.
Y sin embargo, seguimos rodeadas de ese
halo, y no nos libramos ni desde sectores libertarios. Desde el
marxismo, ideología tampoco exenta de carga patriarcal por otra parte,
ya se proponía que es el capitalismo
el que nos ha entregado a las fauces del mundo laboral, lugar de
explotación del hombre, pero aún menos apropiado para la mujer .
Esto
es cierto y falso a la vez. Es cierto en lo que respecta a que el
capitalismo ha impulsado la proletarización del mundo: alejados de los
medios de producción, normalmente las tierras de cultivo, se vende la
propia fuerza de trabajo, como ya quedara aclarado en El Capital, de
Karl Marx. Pero es falso en lo que respecta a concebir el trabajo
asalariado como aquél que sólo se da fuera de las puertas del hogar. Y
en esta ocasión ni siquiera me refiero a los cuidados, tarea tan
esencial para el mantenimiento del sistema capitalista. Se puede ser
trabajadora asalariada sin acudir a una fábrica o taller. De hecho,
esta es una realidad laboral subestimada para millones de mujeres en el
mundo. En los albores del anarcosindicalismo, tampoco se prestó atención
a organizar a las mujeres que trabajaban por encargo, o en el servicio
doméstico, aduciendo que eran demasiado difíciles de organizar. En
cualquier caso, este modelo de trabajo asalariado, que claramente
afectaba a las mujeres, fue obviado e invisibilizado.
Se trata
del trabajo a domicilio que realizan por ejemplo las tejedoras de la
India. Reciben en su hogar el material de trabajo y al cabo del tiempo
estipulado, se pasa a recoger el producto de su trabajo. Esto redunda en
pingües beneficios para el empresario que se vale de ellas (porque
queda ridículo decir que las contrata): por un lado, no debe invertir en
gastos de medios de producción, ya que son las propias trabajadoras las
que los aportan, en forma de telares, máquinas de coser, etcétera; la
atomización de las mujeres que trabajan de esta forma les dificulta la
articulación de protestas por sus condiciones laborales, al no saberse
cuántas son, exactamente quienes, etc. Son explotadas y además se
desconoce su explotación, ya que no forman sindicatos, no se agrupan, y
socialmente no se valora ni se reconoce esta labor. De hecho,
desarticula el discurso tradicional, al disponer ellas mismas de los
medios de producción. Pero sugerir que tienen el estatus de pequeñas
empresarias o autoempleadas es un insulto a la inteligencia.
Y
sin embargo, desde algunas filas del anarquismo se pretende que la
crítica al capitalismo encaje con la mística de la feminidad.
Olvidando que ese “volver a los hogares” nunca fue del todo real, y
menos para las clases trabajadoras, ni tampoco deseable, por que limita
aún más la independencia económica de las mujeres. En Cataluña antes de
1900, donde el feminismo no había tenido oportunidad casi de aparecer,
un 40-45% de trabajadores del textil eran mujeres. Es decir, ya eran
trabajadoras asalariadas. En este sentido, muchos sindicatos a mediados
del s. XIX protestaban por conseguir un “salario familiar”, intentando
copiar el modelo de familia nuclear de la clase burguesa, donde el
hombre mantuviera con un solo sueldo a sí mismo, esposa e hijos.
Pero esto ha redundado, además de en que se conciba la familia nuclear
como la natural y deseable, en una excusa para dar menor salario a la
mujer ya que ella, supuestamente, no tiene que soportar la carga de la
familia y lo hace para gastar ese dinero en caprichos banales; su
salario puede ser menor.
Marvin Harris sugiere que el
capitalismo fue el que nos sacó de casa al mundo laboral, o al menos en
Norteamérica. Sin embargo, las necesidades del capitalismo se pueden
satisfacer de múltiples maneras y parece que la del trabajo asalariado y
atomizado dese los hogares era realmente ventajosa para el empresario.
Por lo tanto, Harris cae en el error de poner en el cambio económico
todo el peso del cambio social. Sin embargo, esta es sólo una de las
condiciones, necesaria pero no suficiente. Muchos otros factores son
necesarios para que se dé este acceso de la mujer al mercado laboral
fuera del hogar, como por ejemplo nivel de industrialización,
oportunidades de educación, valores culturales relativos a la conducta
femenina, roles sexuales, posición jurídica de la mujer, edad de
matrimonio, etc. Pero el análisis clásico de la antropología
marxista, al que pertenece Harris, también es esclavo de su propio marco
cognitivo: no son ni trabajadoras asalariadas al uso ni amas de casa,
por eso escapa a su posible análisis.
Lo
cierto es que las luchas feministas tuvieron mucho que ver en el acceso
al mercado laboral público, al cambiar ante todo los valores culturales
y los roles de género, así como la posición jurídica de la mujer. Pero
también es cierto que esto fue especialmente relevante para la mujer
blanca de clase media, ya que otras identidades y tipologías no fueron
abordadas desde esos feminismos primigenios (feminismo negro, feminismo
de clase obrera, etc). De otro modo, no se explica por qué el
capitalismo adopta formas sociales y de relaciones de género tan
diversas a lo largo y ancho del planeta. Las soluciones para el
capitalismo no son únicas. Echarnos la culpa a las mujeres de apoyarlo
con nuestra salida al mundo laboral público, responde más a mecanismos
patriarcales asentados en lo más hondo de nuestro cerebro: sí hombre,
encima el desarrollo del capitalismo va a ser culpa nuestra!. Asimismo,
el anarquismo también hizo interesantes críticas y aportaciones al
feminismo, sobretodo añadiéndole la perspectiva de la lucha de clases,
críticas y análisis del poder. En cualquier caso, este acceso
al mundo laboral era también una de las premisas fundamentales de
Mujeres Libres,
que lo entendían como elemento fundamental de la emancipación femenina,
permitiéndoles ser y sentirse miembros productivos de la sociedad, y
por el que pedían "igual salario a igual trabajo".
Pero
además, es el patriarcado el que consigue que muchos empresarios
prefieran para sus fábricas y talleres a las mujeres: ellas están
acostumbradas a la dominación y son educadas en la sumisión, por lo
tanto, serán menos proclives a alianzas laborales contra el empresario y
responderán mejor a su disciplina. Amén de que resulta más barata al
ser considerada como menos válida que el hombre . En general, el
trabajo femenino se concibe como inferior simple y llanamente porque es
realizado por mujeres y así la trabajadora lleva ese estatus inferior
contagiándoselo al puesto de trabajo.
Aun así, también existen buenos ejemplos de lo contrario a la "típica
docilidad femenina": en 1918 se produjo lo que se conoce (aunque poco,
probablemente por sesgo sexista), la "guerra de las mujeres de
Barcelona". De un lado, las huelgas generales surgidas en talleres y
fábricas, y del otro, esta guerra de mujeres surgida desde los barrios
con fines comunitarios, debido a la escasez que se vivía tras la I
Guerra Mundial. Estas mujeres instaron a las obreras a la huelga,
requisaron víveres en tiendas de alimentación, y se manifestaron en
mercados y plazas públicas, protestaron por los alquileres, el empleo y
un largo etcétera. En total, estas revueltas duraron 6 semanas, y
empresarios y funcionarios se sintieron atemorizados por la radicalidad y
tenacidad de las mujeres que en ella participaron. Así como el
importante papel que jugaron en la Semana Trágica, según Lola Iturbe . Este momento histórico ha sido poco conocido, inclusive desde la
propia historia de las revueltas sociales españolas, y sin embargo las
mujeres, de forma casi espontánea, se levantaron bajo premisas bastante
libertarias: unión solidaria, acción directa y autogestión. Por no
mencionar el impulso que tuvo de las mujeres la Revolución Rusa de 1917. Y sin embargo, machaconamente desde algunas filas nos persiguen
con "el gen conservador de la mujer". Pero aunque los sindicatos no
fueran a organizar a todas esas mujeres, porque sus características
laborales no se correspondían con el concepto clásico y con clara
perspectiva masculina de trabajador asalariado, ellas se organizaron. Y
entre las que acudían a centros de trabajo, muchas son las que
participaron en numerosas huelgas del textil (Sabadell 1910, La
Constancia de 1913, Reus 1915, Barcelona 1916),
y aunque las reuniones para tratar lo referente a la huelga eran
presididas por hombres, la participación de las mujeres consiguió que
esa huelga saliera de los centros de trabajo, recorriendo barrios
populares y plazas. Conocidas fueron también las huelgas de alquileres
en aquella época en varios países de Europa y Norteamérica. Así que
debería ser la hora de desterrar de nuestro imaginario la figura de
"mujer como ente contrarrevolucionario".
Nadie sugiere que
el trabajo asalariado nos haga libres. Pero el trabajo asalariado no se
da sólo en lo público, y eso es algo que nuestra venda en los ojos nos
impedía ver. Y la alternativa que nos espera no puede ser en ningún caso
volver bajo el dominio de nuestro padre o marido. Para muchas mujeres
casadas trabajar fuera del hogar es la forma de aumentar su
independencia económica y social frente a su marido . Y desde luego,
la esposa de un anarquista que dependiera económicamente de éste no
estaba en mejores condiciones, como dejaron claro Lucía Sánchez Saornil,
Mercedes Comaposada y demás Mujeres Libres .
Es decir, que ese intento de devolver a
la mujer a su papel de amante esposa y madre, beneficia como siempre a
los de siempre. Y desde el anarquismo ya Mujeres Libres plantearon una
buena y fundamentada crítica hacia el capitalismo y el patriarcado, sin
tener que caer en feminismos burgueses, pero tampoco en mistificaciones
patriarcales obreristas. Igual basta con desempolvar sus escritos.