lunes, 10 de octubre de 2016

Políticas públicas para la abuela Mimi



Mi madre me llamó para decirme que la abuela sigue pachucha y que no parece que vaya a remontar mucho.
Mimi necesita ya atención casi todo el día.  Con una enfermedad crónica y paralizante, necesita ya no sólo alguien que duerma con ella y le ayude a levantarse y a acostarse, necesita ayuda para vestirse, para sentarte, para asearse. Ya no puede ir sola a hacer la compra, se tambalea demasiado, pierde el equilibrio y le da miedo la calle. Tampoco puede ya cocinar, aunque sea algo sencillo, porque no puede coger el peso de una cazuela, o porque, a veces, se le olvida cómo se enciende la vitrocerámica.
Mi madre y mi tía (sus hijas) están pensado en distintas posibilidades para que la abuela pueda seguir viviendo en su casa, atendida y con unos buenos cuidados, para que esté lo mejor posible. Deciden, entonces, ofrecerle a Rosa que ya no solo se quede a dormir con ella, sino que también, se quede con ella por las mañanas hasta la hora de comer. Por un salario razonable aunque no sea el legal, -que resulta inalcanzable- y, eso sí, cotizando a la seguridad social.
De nuevo, mi tía y mi madre barajan posibilidades: llevarla a un centro de día, puede ser otra opción ¿le gustará a la abuela levantarse temprano en invierno y montarse en el autobús hasta llegar allí, compartir espacio con otros, fuera de su casa? Si Rosa se queda, qué hará con sus dos hijas pequeñas, cuando salgan del colegio… bueno, algo apañará ella con su hermana…
Tarea de mujeres, y entre mujeres. Mujeres, todas ellas, malabaristas de sus vidas, de sus tiempos, de sus afectos y contradicciones.
Y es justo ahí, en ese instante, en ese relato que hace mi madre de todas las tareas que ya mi abuela no puede hacer y cómo lo van solucionando desde lo privado, cuando pienso en todo lo que se ha teorizado sobre esto: las llamadas “cadenas globales de cuidados”, la figura de la empleadora y la empleada y las llamadas relaciones de “neoservilismo”. El estatuto de los trabajadores con un régimen especial para las trabajadoras de hogar, la no ratificación del convenio 189 (que amplía los derechos de las trabajadoras domésticas), conceptos como visibilización, precarización… Teorizaciones que intentan, sin lograrlo, atrapar prácticas cotidianas universales y dilemas difíciles de resolver.
Caigo en la cuenta de por qué estudié economía feminista y cuál es la razón, casi fundamental, por la que trabajo en Podemos, en la Secretaría de Economía o con Tania González en la comisión de Empleo y en la de Igualdad del Parlamento Europeo.  Pues trabajo para que esta situación privada se haga pública, salga del espacio íntimo y para que busquemos soluciones colectivas al trabajo de cuidados. Para que esto sea una carga repartida
Entonces, me vuelvo a cuestionar, qué entendemos por cuidados, me acuerdo de una definición:   Los cuidados son todas aquellas actividades orientadas a la regeneración de la vida y a la reproducción social. Esto es:  gestar, dar a luz, criar, alimentar, cocinar, sanar, acompañar en la muerte, enseñar a caminar, gestionar el presupuesto del hogar, escuchar, consolar, reciclar, limpiar el baño, medicar a un enfermo, escuchar y dar consejos a personas queridas, compartir, celebrar un cumpleaños, regar las plantas...
Son demasiadas tareas, muy diversas y no todas igual de importantes. Pero todas y cada una de ellas son tareas que permiten que el mundo funcione aunque no les demos la importancia que merecen
Son aquellas tareas que echamos de menos cuando no se realizan y que son fundamentales para que haya vida.

Nos deberíamos entonces cuestionar de manera colectiva ¿Cómo se universaliza el derecho a cuidar? ¿Cómo podemos garantizar el cuidado necesario para tener una vida buena? Qué entendemos por “Buen Vivir” y si podríamos establecer un consenso sobre el “Derecho al Buen Vivir”.
Pero también podríamos plantear, ¿existe el Derecho a No Cuidar? ¿En qué casos este sería legítimo? No olvidemos que el cuidado se da en un ámbito familiar, que como dice Cristina Carrasco es una caja negra, donde puede aparecer la violencia, los malos tratos... y la obligación impuesta de cuidar.  

No podemos idealizar los cuidados. Son tareas que llevan tiempo y esfuerzo, a veces, no apetecen y veces pueden ser desagradables o físicamente agotadoras.

Es por tanto fundamental que tratemos, desde la política, desde nuestras organizaciones, desde nuestra militancia, de dar respuesta a todas estas preguntas. Tenemos la obligación de encontrar soluciones públicas a problemas individuales. Soluciones que pasen por dotar de recursos al cuarto pilar de bienestar, (la llamada ley de dependencia) de ayudar a generar empleos dignos con igualdad de derechos para las trabajadoras domésticas. Que se reconozca profesionalmente, que sean servicios de calidad y con garantías. Pero también son necesarios los planes de igualdad en las empresas y en las administraciones públicas, donde consigamos implicar a toda la sociedad (empresas, organizaciones, Estado y hombres), que permitan conciliar la vida personal y familiar, que ayuden a la corresponsabilidad en las tareas y que eviten la penalización que supone salir del mercado laboral si decidimos cuidar.
Que se garanticen plazas en guarderías públicas desde los 0 a los 3 años, y plazas en residencias y en centros de día. Que se garanticen los permisos de maternidad y paternidad igualitarias e intransferibles.
Es una dura tarea la que tenemos por delante, pero el secreto del buen vivir, de construir una sociedad más justa y más igualitaria, estará más cerca cuando estos temas estén en la agenda política y le demos toda la importancia que se merecen.
Cuando Mimi, con su limitada pensión, pueda seguir viviendo en su casa, con ayuda de alguien que cobre dignamente, cuando un Centro de día le asegure plaza para poder estar bien atendida y no donde no sea aparcada porque no haya profesionales suficientes para atender a tantos usuarios y usuarias, o cuando mi madre y mi tía puedan cuidarla sin sentir que el peso de la responsabilidad es una carga difícil de llevar. El peso de la responsabilidad es una carga difícil de llevar, gestionada en absoluta soledad. Entonces será un logro de todas. Un logro del que toda la comunidad seremos parte. Y del que toda la comunidad podremos responsabilizarnos y disfrutar por igual.

Políticas públicas para la abuela Mimi



Mi madre me llamó para decirme que la abuela sigue pachucha y que no parece que vaya a remontar mucho.
Mimi necesita ya atención casi todo el día.  Con una enfermedad crónica y paralizante, necesita ya no sólo alguien que duerma con ella y le ayude a levantarse y a acostarse, necesita ayuda para vestirse, para sentarte, para asearse. Ya no puede ir sola a hacer la compra, se tambalea demasiado, pierde el equilibrio y le da miedo la calle. Tampoco puede ya cocinar, aunque sea algo sencillo, porque no puede coger el peso de una cazuela, o porque, a veces, se le olvida cómo se enciende la vitrocerámica.
Mi madre y mi tía (sus hijas) están pensado en distintas posibilidades para que la abuela pueda seguir viviendo en su casa, atendida y con unos buenos cuidados, para que esté lo mejor posible. Deciden, entonces, ofrecerle a Rosa que ya no solo se quede a dormir con ella, sino que también, se quede con ella por las mañanas hasta la hora de comer. Por un salario razonable aunque no sea el legal, -que resulta inalcanzable- y, eso sí, cotizando a la seguridad social.
De nuevo, mi tía y mi madre barajan posibilidades: llevarla a un centro de día, puede ser otra opción ¿le gustará a la abuela levantarse temprano en invierno y montarse en el autobús hasta llegar allí, compartir espacio con otros, fuera de su casa? Si Rosa se queda, qué hará con sus dos hijas pequeñas, cuando salgan del colegio… bueno, algo apañará ella con su hermana…
Tarea de mujeres, y entre mujeres. Mujeres, todas ellas, malabaristas de sus vidas, de sus tiempos, de sus afectos y contradicciones.
Y es justo ahí, en ese instante, en ese relato que hace mi madre de todas las tareas que ya mi abuela no puede hacer y cómo lo van solucionando desde lo privado, cuando pienso en todo lo que se ha teorizado sobre esto: las llamadas “cadenas globales de cuidados”, la figura de la empleadora y la empleada y las llamadas relaciones de “neoservilismo”. El estatuto de los trabajadores con un régimen especial para las trabajadoras de hogar, la no ratificación del convenio 189 (que amplía los derechos de las trabajadoras domésticas), conceptos como visibilización, precarización… Teorizaciones que intentan, sin lograrlo, atrapar prácticas cotidianas universales y dilemas difíciles de resolver
Caigo en la cuenta de por qué estudié economía feminista y cuál es la razón, casi fundamental, por la que trabajo en Podemos, en la Secretaría de Economía o con Tania González en la comisión de Empleo y en la de Igualdad del Parlamento Europeo.  Pues trabajo para que esta situación privada se haga pública, salga del espacio íntimo y para que busquemos soluciones colectivas al trabajo de cuidados. Para que esto sea una carga repartida
Entonces, me vuelvo a cuestionar, qué entendemos por cuidados, me acuerdo de una definición:   Los cuidados son todas aquellas actividades orientadas a la regeneración de la vida y a la reproducción social. Esto es:  gestar, dar a luz, criar, alimentar, cocinar, sanar, acompañar en la muerte, enseñar a caminar, gestionar el presupuesto del hogar, escuchar, consolar, reciclar, limpiar el baño, medicar a un enfermo, escuchar y dar consejos a personas queridas, compartir, celebrar un cumpleaños, regar las plantas...
Son demasiadas tareas, muy diversas y no todas igual de importantes. Pero todas y cada una de ellas son tareas que permiten que el mundo funcione aunque no les demos la importancia que merecen
Son aquellas tareas que echamos de menos cuando no se realizan y que son fundamentales para que haya vida.

Nos deberíamos entonces cuestionar de manera colectiva ¿Cómo se universaliza el derecho a cuidar? ¿Cómo podemos garantizar el cuidado necesario para tener una vida buena? Qué entendemos por “Buen Vivir” y si podríamos establecer un consenso sobre el “Derecho al Buen Vivir”.
Pero también podríamos plantear, ¿existe el Derecho a No Cuidar? ¿En qué casos este sería legítimo? No olvidemos que el cuidado se da en un ámbito familiar, que como dice Cristina Carrasco es una caja negra, donde puede aparecer la violencia, los malos tratos... y la obligación impuesta de cuidar.  

No podemos idealizar los cuidados. Son tareas que llevan tiempo y esfuerzo, a veces, no apetecen y veces pueden ser desagradables o físicamente agotadoras.

Es por tanto fundamental que tratemos, desde la política, desde nuestras organizaciones, desde nuestra militancia, de dar respuesta a todas estas preguntas. Tenemos la obligación de encontrar soluciones públicas a problemas individuales. Soluciones que pasen por dotar de recursos al cuarto pilar de bienestar, (la llamada ley de dependencia) de ayudar a generar empleos dignos con igualdad de derechos para las trabajadoras domésticas. Que se reconozca profesionalmente, que sean servicios de calidad y con garantías. Pero también son necesarios los planes de igualdad en las empresas y en las administraciones públicas, donde consigamos implicar a toda la sociedad (empresas, organizaciones, Estado y hombres), que permitan conciliar la vida personal y familiar, que ayuden a la corresponsabilidad en las tareas y que eviten la penalización que supone salir del mercado laboral si decidimos cuidar.
Que se garanticen plazas en guarderías públicas desde los 0 a los 3 años, y plazas en residencias y en centros de día. Que se garanticen los permisos de maternidad y paternidad igualitarias e intransferibles.
Es una dura tarea la que tenemos por delante, pero el secreto del buen vivir, de construir una sociedad más justa y más igualitaria, estará más cerca cuando estos temas estén en la agenda política y le demos toda la importancia que se merecen.
Cuando Mimi, con su limitada pensión, pueda seguir viviendo en su casa, con ayuda de alguien que cobre dignamente, cuando un Centro de día le asegure plaza para poder estar bien atendida y no donde no sea aparcada porque no haya profesionales suficientes para atender a tantos usuarios y usuarias, o cuando mi madre y mi tía puedan cuidarla sin sentir que el peso de la responsabilidad es una carga difícil de llevar? el peso de la responsabilidad es una carga difícil de llevar, gestionada en absoluta soledad. Entonces será un logro de todas. Un logro del que toda la comunidad seremos parte. Y del que toda la comunidad podremos responsabilizarnos y disfrutar por igual.

martes, 23 de febrero de 2016

Inaguración del semestre europeo



Este fin de semana se ha celebrado en Madrid el Plan b. Es la constatación de que es necesario la construcción de otra Europa, y que esta es posible con voluntad polítca. 
En este sentido, esta semana se inagura semestre en la Comisión Europeo y nosotras debemos tomar parte.

España atraviesa la mayor crisis económica, política, laboral e institucional de la historia reciente. Esta situación es similar a la de muchos países de la UE. La crisis financiera de 2008 y la gestión que han hecho tanto los Gobiernos del PSOE y del PP desencadenaron la etapa más negra de nuestra historia social reciente. Tras unos cuatro de durísimas políticas económicas, los recortes del gasto en educación, sanidad, pensiones, vivienda, servicios sociales, dependencia, cultura e investigación se han revelado tremendamente injustos e ineficaces.
Ahora, a diferencia de otros países del sur de Europa con los que compartimos tan precaria situación, nos encontramos tanto la posibilidad única de construir un gobierno con intencionalidad de consensos amplios y  necesarios para nuestro país.
Un gobierno debe priorizar el rescate de las personas que se encuentran en condiciones de vulnerabilidad extrema. Es prioritaria la creación de un empleo digno y con derechos y la reversión de los recortes en los servicios públicos que se han llevado a cabo durante los últimos años.

 
En el comienzo de este nuevo semestre, la Comisión ha establecido una serie de prioridades que están directamente vinculados a las cuestiones relativas derechos sociales y laborales.  Para lograr una concreción política, que se pueda manifestar en una suficiencia presupuestaria hay  repensar el Pacto de Estabilidad y Crecimiento. La incapacidad y rigidez con la se mantienen políticas de austeridad macroeconómicas y de estrangulamiento de la inversión pública hacen que este marco sea injusto e ineficiente para el mejoramiento de la situación europea. En este sentido, es preciso que el BCE renegocie por un lado el Pacto de Estabilidad y que se aborde de manera clara el pago de la deuda y los plazos, que ahora mismo son un lastre para el crecimiento de las economías del sur.

En tanto que esto se replantee de manera consensuada, (ojala que pueda ser este semestre), será posible  poner sobre el tablero la necesidad de una UE que vele por los intereses y necesidades de sus ciudadanos. Una UE más democrática que proteja los derechos, que no acepte la vulneración de soberanía que supone el TTIP o el TISA, pero también una Europa unida en lo social, que apueste de manera decidida en romper con la brecha de desigualdad e injusticia mediante un plan de emergencia contra la pobreza, el desempleo y la perdida de servicios sociales básicos.
Es el tiempo político de hablar de la gente, de recomponer la ciudadanía europea desde la democracia y la participación, y dejar de insistir en la receta única de la austeridad, la flexibilización, los recortes y la degradación de derechos sociales, políticos y económicos.