Mi
madre me llamó para decirme que la abuela sigue pachucha y que no parece que
vaya a remontar mucho.
Mimi
necesita ya atención casi todo el día. Con una enfermedad crónica y paralizante,
necesita ya no sólo alguien que duerma con ella y le ayude a levantarse y a acostarse,
necesita ayuda para vestirse, para sentarte, para asearse. Ya no puede ir sola
a hacer la compra, se tambalea demasiado, pierde el equilibrio y le da miedo la
calle. Tampoco puede ya cocinar, aunque sea algo sencillo, porque no puede coger
el peso de una cazuela, o porque, a veces, se le olvida cómo se enciende la
vitrocerámica.
Mi
madre y mi tía (sus hijas) están pensado en distintas posibilidades para que la
abuela pueda seguir viviendo en su casa, atendida y con unos buenos cuidados,
para que esté lo mejor posible. Deciden, entonces, ofrecerle a Rosa que ya no
solo se quede a dormir con ella, sino que también, se quede con ella por las
mañanas hasta la hora de comer. Por un salario razonable aunque no sea el legal,
-que resulta inalcanzable- y, eso sí, cotizando a la seguridad social.
De
nuevo, mi tía y mi madre barajan posibilidades: llevarla a un centro de día,
puede ser otra opción ¿le gustará a la abuela levantarse temprano en invierno y
montarse en el autobús hasta llegar allí, compartir espacio con otros, fuera de
su casa? Si Rosa se queda, qué hará con sus dos hijas pequeñas, cuando salgan
del colegio… bueno, algo apañará ella con su hermana…
Tarea
de mujeres, y entre mujeres. Mujeres, todas ellas, malabaristas de sus vidas,
de sus tiempos, de sus afectos y contradicciones.
Y
es justo ahí, en ese instante, en ese relato que hace mi madre de todas las
tareas que ya mi abuela no puede hacer y cómo lo van solucionando desde lo
privado, cuando pienso en todo lo que se ha teorizado sobre esto: las llamadas “cadenas
globales de cuidados”, la figura de la empleadora y la empleada y las llamadas
relaciones de “neoservilismo”. El estatuto de los trabajadores con un régimen
especial para las trabajadoras de hogar, la no ratificación del convenio 189 (que
amplía los derechos de las trabajadoras domésticas), conceptos como visibilización,
precarización… Teorizaciones que intentan, sin lograrlo, atrapar prácticas
cotidianas universales y dilemas difíciles de resolver.
Caigo
en la cuenta de por qué estudié economía feminista y cuál es la razón, casi
fundamental, por la que trabajo en Podemos, en la Secretaría de Economía o con
Tania González en la comisión de Empleo y en la de Igualdad del Parlamento
Europeo. Pues trabajo para que esta
situación privada se haga pública, salga del espacio íntimo y para que busquemos
soluciones colectivas al trabajo de cuidados. Para que esto sea una carga
repartida
Entonces,
me vuelvo a cuestionar, qué entendemos por cuidados, me acuerdo de una definición:
Los cuidados son todas
aquellas actividades orientadas a la regeneración de la vida y a la
reproducción social. Esto es: gestar,
dar a luz, criar, alimentar, cocinar, sanar, acompañar en la muerte, enseñar a
caminar, gestionar el presupuesto del hogar, escuchar, consolar, reciclar,
limpiar el baño, medicar a un enfermo, escuchar y dar consejos a personas
queridas, compartir, celebrar un cumpleaños, regar las plantas...
Son demasiadas tareas, muy diversas y no todas igual
de importantes. Pero todas y cada una de ellas son tareas que permiten que el
mundo funcione aunque no les demos la importancia que merecen
Son aquellas tareas que echamos de menos cuando no se
realizan y que son fundamentales para que haya vida.
Nos deberíamos entonces cuestionar de manera colectiva
¿Cómo se universaliza el derecho a cuidar? ¿Cómo podemos garantizar el cuidado
necesario para tener una vida buena? Qué entendemos por “Buen Vivir” y si
podríamos establecer un consenso sobre el “Derecho al Buen Vivir”.
Pero también podríamos plantear, ¿existe el Derecho a
No Cuidar? ¿En qué casos este sería legítimo? No olvidemos que el cuidado se da
en un ámbito familiar, que como dice Cristina Carrasco es una caja negra, donde
puede aparecer la violencia, los malos tratos... y la obligación impuesta de
cuidar.
No podemos idealizar los cuidados. Son tareas que
llevan tiempo y esfuerzo, a veces, no apetecen y veces pueden ser desagradables
o físicamente agotadoras.
Es
por tanto fundamental que tratemos, desde la política, desde nuestras
organizaciones, desde nuestra militancia, de dar respuesta a todas estas
preguntas. Tenemos la obligación de encontrar soluciones públicas a problemas
individuales. Soluciones que pasen por dotar de recursos al cuarto pilar de
bienestar, (la llamada ley de dependencia) de ayudar a generar empleos dignos
con igualdad de derechos para las trabajadoras domésticas. Que se reconozca profesionalmente,
que sean servicios de calidad y con garantías. Pero también son necesarios los
planes de igualdad en las empresas y en las administraciones públicas, donde
consigamos implicar a toda la sociedad (empresas, organizaciones, Estado y
hombres), que permitan conciliar la vida personal y familiar, que ayuden a la
corresponsabilidad en las tareas y que eviten la penalización que supone salir
del mercado laboral si decidimos cuidar.
Que
se garanticen plazas en guarderías públicas desde los 0 a los 3 años, y plazas
en residencias y en centros de día. Que se garanticen los permisos de
maternidad y paternidad igualitarias e intransferibles.
Es
una dura tarea la que tenemos por delante, pero el secreto del buen vivir, de
construir una sociedad más justa y más igualitaria, estará más cerca cuando
estos temas estén en la agenda política y le demos toda la importancia que se
merecen.
Cuando
Mimi, con su limitada pensión, pueda seguir viviendo en su casa, con ayuda de alguien
que cobre dignamente, cuando un Centro de día le asegure plaza para poder estar
bien atendida y no donde no sea aparcada porque no haya profesionales suficientes
para atender a tantos usuarios y usuarias, o cuando mi madre y mi tía puedan
cuidarla sin sentir que el peso de la responsabilidad es una carga difícil de
llevar. El peso de la responsabilidad es una carga difícil de llevar, gestionada
en absoluta soledad. Entonces será un logro de todas. Un logro del que toda la
comunidad seremos parte. Y del que toda la comunidad podremos
responsabilizarnos y disfrutar por igual.